martes, enero 24, 2006

Efectos de la música


Demostrado: la música palia el dolor, aumenta la memoria y es capaz hasta de reducir el estrés. Pero ¿cómo lo hace? ¿Se debe sólo al efecto placebo o las melodías afectan realmente al cerebro? Los científicos buscan respuestas. La musicoterapia, la aplicación de la música para mejorar la salud, es una práctica que aún suscita recelos entre algunos profesionales sanitarios, y sus detractores siguen considerándola una pseudociencia, cuya única influencia medicinal radicaría en la distracción que procura o en su efecto placebo. Sin embargo, durante los últimos 50 años ha logrado escapar del terreno de lo mágico y lo tribal para instalarse en ciertas universidades, hospitales, consultas y laboratorios. Así, hay melodías que se escuchan en la antesala de los quirófanos, en los ‘nidos’ de las maternidades, en geriátricos y hasta en las escuelas, porque la música ha demostrado de sobra que tiene la capacidad de disminuir el dolor, mejorar la memoria, ayudar a niños autistas o reducir el estrés. La cuestión que ocupa hoy a los científicos es cómo consigue hacerlo.La terapia musical sostiene que lo que uno escucha puede afectar a la salud positiva o negativamente. Gracias a numerosos experimentos, hoy sabemos que la música actúa directamente sobre el cerebro y los procesos fisiológicos controlados por éste. Y que los ritmos respiratorio y cardiaco, así como la presión arterial, se vuelven más lentos o rápidos para sincronizarse al ritmo musical. De esta forma, puede reducir la ansiedad y atenuar el dolor durante los procesos quirúgicos. Por otro lado, consigue efectos como mejorar la memoria de los enfermos de Alzheimer o demencia senil mediante la evocación de melodías que conocieron en su juventud y aminorar los síntomas de los pacientes esquizofrénicos y depresivos.La musicoterapia tiene a sus espaldas una tradición milenaria que no es ni salvaje ni ritual. Hace 2.500 años, Pitágoras aconsejaba cantar y tocar un instrumento musical a diario para eliminar del organismo el miedo, las preocupaciones o la ira. Hipócrates, el padre de la medicina, utilizaba determinadas melodías para devolver la cordura a los enfermos mentales. El médico alejandrino Herófilo, en el año 300 a. C., acostumbraba a regular las pulsaciones arteriales mediante las escalas musicales. Y Aristóteles, en La política, asociaba estados anímicos como el dolor, la pereza o la paz a diferentes ritmos, sonidos y escalas. Pese a ello, la musicoterapia no adquirió rango científico hasta 1950, cuando llegó a universidades de Alemania, Dinamarca y Austria. En la actualidad, se trata de una licenciatura en Estados Unidos, Francia, Alemania y Argentina, mientras que en España se imparte como un curso de posgrado en Valladolid, Valencia, Madrid o Barcelona.
El verdadero misterio hoy para los científicos no es averiguar si es eficaz o no, sino dilucidar qué tipo de ritmos y melodías han de ser utilizados en cada caso particular, descubrir exactamente a qué se deben sus resultados, qué efecto produce el sonido en los neurotransmisores cerebrales y cómo es capaz de tocarnos la fibra sensible.En este sentido, el médico Ralph Spintge ha demostrado que el compás, según sea fuerte o suave, acelera o relaja el ritmo cardiaco. Y también que la música estimula las áreas cerebrales que se encargan de las actividades espacio-temporales y de las capacidades lógico-matemáticas, lo que Don Campbell ha llamado ‘efecto Mozart’. Ahora lo que falta es pasar a la práctica y aplicar esos conocimientos en el tratamiento de enfermos. La última explicación a su efecto benéfico ha llegado de la mano del japonés Masaru Emoto, que apunta que la música actúa sobre las personas porque modifica su estructura molecular. En experimentos realizados en laboratorio ha demostrado que las moléculas de agua expuestas a música clásica adoptan formas delicadas y simétricas, mientras que si se las somete al tema Heartbreak, de Elvis Presley, los cristales de agua se parten en pedazos. A partir de ahí ha deducido que alguna influencia debe de tener la música en nuestro estado físico y mental, sobre todo si tenemos en cuenta que, en un 70 por ciento, somos agua.

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