lunes, febrero 27, 2006

Amor y agua


Sólo tu amor y el agua... junto al río bañaba los racimos dorados de la tarde, y aquella luna odiosa iba subiendo, clara, ahuyentando las negras violetas de la sombra. Yo iba perdida, náufrago por mares de deseo, cegada por la bruma suave de tu pelo. De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta cuando perdía mi boca en sus horas de niebla. Sólo tu amor y el agua.....El río, dulcemente, callaba sus rumores al pasar por nosotros, y el aire estremecido apenas se atrevía a mover en la orilla las hojas de los álamos. Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel al rozar con sus alas una estrella dormida, el choque fugitivo que quiere hacerse eterno, de mis labios bebiendo en los tuyos la vida. . La noche se llenaba de olores de membrillo, y mientras en mis manos tu corazón dormía, perdido, acariciante, como un beso lejano, el río suspiraba..... Sólo tu amor y el agua...

http://www.nil.es/rpajares/13cygne.mid

domingo, febrero 26, 2006

Te acordarás



Te acordaras un dia de aquel amante extraño que te besó en la frente para no hacerte daño,aquel que iba en la sombra con la mano vacía porque te quiso tanto.... que no te lo decía.
Aquel amante loco,que era un amigo y que se fue.... para soñar contigo.
Te acordaras un día de aquel extraño amante,profesor de horas lentas con alma de estudiante,aquel hombre lejano que volvió del olvido, solo para quererte, como a nadie ha querido.

Aquel que fue ceniza de todas las hogueras y te cubrió de rosas sin que tu lo supieras.
Te acordaras un dia del hombre indifernete que en las tardes de lluvia te besaba en la frente, viajero silencioso de las noches de estío que miraba tus ojos ,como quien mira un río.

Te acordaras un día de auqel hombre lejano, del que más te ha querido,porque te quiso en vano.

Quizas asi de pronto,te acrodaras un día de aquel hombre que a veces callaba y sonreía, tu rosal preferido se secará en el huerto como para decirte que aquel hombre se ha muerto.

Y el andara en la sombra con su sonrisa triste y unicamente entonces sabrás que lo quisiste.

sábado, febrero 25, 2006

Besos


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar a contra mí como una luna en el agua.

sábado, febrero 18, 2006

Lo que tú quieras seré



Me miras, te miro, y todo desaparece…
solo quedan tus ojos, clavados en los míos,
sólo un instante, pero eterno…

Que jamás acabe ese instante,
mágico y maravilloso
que solo es nuestro, tuyo y mío.

Me miras, te miro, y parpadeo…
es el tiempo justo, exacto y perfecto,
para imaginar tus labios rozando mi piel.

Intenso cual infinito, rozándome,
algo que nadie podrá robarme
jamás, nunca, mi deseo, besándote.

Me miras, te miro, y aparto los ojos
deseándote, prohibida, fugaz
y eterna para mí en todo mi ser.

Ser en ti, sin ti, siempre seré
ese poeta que en silencio roto
derrama su deseo en hojas sin papel.

No quiero ser imaginario ni irreal,
quiero ser, ser, en ti, contigo,
lo que tu quieras seré.

Cierro los ojos, me miras, te miro,
no estabas, en mí estás,
aunque te vayas, mirándome.

Lo que tú quieras seré.
-
Autor: Pako Gámez

viernes, febrero 17, 2006

¿Cuantas estrellas tiene el cielo?


Cuántas estrellas tiene el cielo?" La última noche que pasamos juntos, lo preguntó: -¿Cuántas estrellas tiene el cielo? - Trescientas cincuenta mil. -¿A que no? -¿A que sí? - Cállate. Esta noche no quiero que preguntes esas cosas. Esta noche, si quieres preguntar cuántas estrellas tiene el cielo, o cualquier otra cosa, pregunta algo así como ¿me quieres? ¿tienes frío? ¿quién dice que tiene hambre? Esta noche, pregunta algo que sea contestado en el mundo sin palabras. Interroga con toda tu sangre algo en que toda la vida del mundo esté preguntando, algo así como ¿quién llora? ¿hace falta algo? Y verás como todo hace falta y sabrás cuántas estrellas tiene el cielo cuando sepas que el cielo tiene una sola estrella para cada momento, porque con una que se pierda dará un paso de sombra la luz del Universo. "

jueves, febrero 16, 2006

Infancia


Era un niño cualquiera. Subió al tren en Valencia, acompañado por su madre. La señora dijo buenas tardes, lo dejó sentado en su asiento y le hizo algunas recomendaciones en voz baja. Después, antes de salir del vagón, nos dirigió una sonrisa a quienes estábamos sentados cerca: un señor en el asiento contiguo y yo al otro lado del pasillo. Una de esas sonrisas que no piden nada, pero que a cualquier persona decente la comprometen más que una recomendación o un ruego. Al quedarse solo, el niño sacó un tebeo de Mortadelo de la mochililla que llevaba, y se puso a leerlo.
Con disimulo, eché un vistazo. El chico debía de tener nueve o diez años. Sentado no tocaba el suelo del vagón con los pies. Era, como digo, un niño cualquiera. La diferencia con la mayor parte de sus congéneres estaba en el aspecto e indumentaria: en vez de lucir la habitual camiseta desgarbada, los calzones, las chanclas y la gorra opcional de rapero enano, comunes entre los jenares de su edad y su especie –cosa lógica, por otra parte, cuando los padres visten así–, iba bien peinado, con su raya y todo, llevaba la cara lavada y vestía una camisa azul claro, un pantalón corto beige con cinturón y unas zapatillas deportivas limpias con calcetines blancos. Tenía, resumiendo, el aspecto de un niño aseado, correcto, normal. Un aspecto agradable para la vista. El que cualquier padre con el mínimo sentido común desearía para un hijo suyo.Al cabo, ya con el tren en marcha, llegó el revisor. El niño dijo buenos días, sacó su billete y le hizo algunas preguntas que, explicó, le había encargado su madre que hiciera. Algo sobre la comida del tren. Llamaba la atención la extrema corrección con la que el niño se dirigía al revisor, usando el por favor y el gracias con una frecuencia nada común en los tiempos que corren. No puede ser, concluí. Es demasiado perfecto. Demasiado educado para ser auténtico. Así que me puse a observar al enano con mucha atención, buscándole las vueltas. Cuando el revisor siguió camino –diré, en su honor, que respondió a los buenos modales del chico con afecto y exquisita cortesía– la criatura sacó un teléfono móvil de la mochila. Un móvil con música y colorines. Ya está, pensé, suspicaz. Ya me parecía a mí. Demasiado perfecto hasta ahora. Nos ha tocado murga telefónica para rato.Pero me equivocaba. Dejándome boquiabierto, el niño marcó un número, habló con su madre, y sin elevar demasiado la voz le dijo que en la comida que iban a poner había pechuga, que no se preocupara, que comería. Luego guardó el teléfono y siguió hojeando el tebeo. Pasaron las azafatas con auriculares para la película, con las bandejas de comida, con las bebidas. El niño dijo gracias cada vez, pidió por favor esto y aquello, se bebió su refresco de naranja sin derramar una gota, sin tirar nada al suelo ni molestar a nadie. Luego se puso los auriculares y miró la pantalla. La película era Los increíbles, y le hacía mucha gracia. De vez en cuando reía en voz alta, con la risa fuerte y franca, sana, de niño que lo pasa en grande. A veces se volvía hacia los mayores que estábamos cerca, sonriéndonos cómplice, como para comprobar si disfrutábamos tanto como él. El señor que iba a su lado y yo nos mirábamos sin palabras, a uno y otro lado del pasillo. Aquel chaval era gloria bendita.Al fin llegamos a la estación , el niño cogió su mochililla, se puso en pie, nos dirigió otra sonrisa, dijo buenas tardes y salió del vagón. Caminando detrás lo vi irse ligero por el andén, hacia la salida donde lo esperaban. Eso fue todo. Y nada más que eso, fíjense. Un niño normal, como dije. Un niño correcto, educado. Un niño de toda la vida, nada extraordinario para figurar en los anales de la infancia española. Pero cuando caiga el Diluvio, pensé, cuando llegue el apagón informático o lo que se tercie ahora, cuando llueva fuego del cielo , espero de todo corazón que este chico se salve. Les doy mi palabra de que eso fue exactamente lo que pensé viendo al niño alejarse. Y con suerte, deseé, que se encuentre en alguna parte con aquella niña del pelo corto de la que les hablé : la que leía un libro, obstinada y solitaria, en el patio del recreo, mientras las otras niñas jugaban a ser ganadoras de Operación Triunfo.

miércoles, febrero 15, 2006

La niña del pelo corto


Además de los perros, me gustan los críos pequeños. Me refiero a los de cuatro, cinco años, o así. Apurando mucho, llego hasta los de siete u ocho. A partir de ahí empiezan a parecerse demasiado a los adultos en que tarde o temprano se convertirán. Deberíamos quedarnos en esa edad.
Herodes vio la jugada: habría que despacharlos cuando carecen de currículum y aún no son malvados o peligrosos. Antes de que se desgracien. Antes de que dejen de ser deliciosos animalitos . Eso es lo que dice mi amigo, que es algo drástico. Yo no llego a ese extremo. Es verdad que a veces me pregunto para qué crecerán. Para qué diablos crecemos.
El caso es que me gusta observar a los críos. Son fascinantes. Los adultos creemos que funcionan sin ton ni son, en plan majareta; pero en realidad actúan y razonan según una lógica rigurosísima de la que sólo ellos poseen la clave. Son metódicos e implacables como un filósofo alemán. Cuando asistes a una discusión entre un niño pequeño y un adulto, al fin descubres, aterrado, que el más consecuente y lúcido siempre es el niño. A veces te miran con una fijeza tan extraordinaria, escrutándote los adentros, que terminas enrojeciendo, inseguro y confuso. Son jueces implacables y honrados; por eso resultan tan tiernos en sus afectos, tan crueles en sus combates, tan cabales en sus sanciones. Son lo que los adultos deberíamos ser un día, o siempre, y al cabo dejamos de ser y ya nunca somos.
Ayer me detuve ante la verja de un colegio infantil. El griterío se oía desde el otro lado de la calle. Era la hora del recreo, y correteaban por el patio , con sus babis los más pequeños y sus jerséis de pico los mayores. Estuve un rato viéndolos alborotar en corros, reír, pasarse la pelota. Siempre me fijo más en los niños que van por libre; los que juegan solos o vagan a su aire. Me quedo mirando al que camina marcando muy serio el paso militar, como si desfilara, al que desliza pensativo la mano por los barrotes de la reja, a la niña que habla sola mientras hace extraños gestos con las manos, al que corre emitiendo indescifrables sonidos con la boca, al que salta pisando el suelo como si aplastara cosas que sólo él puede ver, y me pregunto qué tendrán en ese momento en la cabeza, a qué ensueño mental, a qué pirueta de su imaginación prodigiosa corresponden aquellas actitudes exteriores que para nosotros, adultos razonables que encerramos en manicomios a quienes hacen eso mismo con unos cuantos años más, constituyen un misterio.En aquel patio de recreo vi a la niña. Debía de tener cinco o seis años, llevaba el pelo muy corto y estaba sentada en un peldaño de la escalera con un libro ilustrado abierto sobre la falda. Leía con una concentración extraordinaria, ajena al griterío del patio, pasando las páginas enrocada en aquel rincón del mundo, en el refugio que el libro le proporcionaba. No leía con expresión plácida, sino obstinada; baja la cabeza, como si el esfuerzo de mantener a raya el bullicio circundante no fuera fácil. Se diría que aquella singular trinchera no se la regalaba nadie, sino que la conquistaba palmo a palmo, a golpe de voluntad. Enternecedoramente pequeña, sola y orgullosa, con su jersey de pico verde, su falda de cuadros escoceses y sus calcetines arrugados. Deliberadamente ajena a todo. Ella y su libro.Fue entonces cuando levantó la vista y me vio al otro lado de la verja. Sonreí como un Hermano de la Costa le sonríe a otro, cómplice; pero la niña me miró suspicaz, sin devolver la sonrisa, y comprendí cómo ella realmente me veía: adulto, extraño, intruso, inoportuno. Aquella francotiradora diminuta, deduje, no necesitaba mi presencia, ni mi sonrisa de aliento; estaba lejos de mí y de todos nosotros, en el mundo creado por las páginas de aquel libro y por sus particulares ensueños. Construía un espacio propio, íntimo, en el que mi sonrisa y yo estábamos de más. Así lo demostró bajando de nuevo la vista, ignorándome con el resto del universo hostil que ese libro mantenía a raya página tras página. Y mientras me apartaba con sigiloso respeto de la verja, pensé:
Herodes se equivocó. Quizá ella se salve un día. Tal vez esa niña solitaria y tenaz nos haga mejores de lo que somos.

miércoles, febrero 08, 2006

Bastó un sí.


Bastó tan solo un sí,
para vivir el ya y el después,
bastaron algunos suspiros
para crear un hoy.

Bastó tan solo un sí en el momento justo
para que muriera el eres.
Bastó tan solo un sí de tus labios
para que se olvidara el soy.
Bastó tan solo un sí, un simple sí , un unico sí,
para que naciera el somos.

Y desde ese sí mágico y tierno
comenzó a forjarse la promesa de tus besos.
Y desde el equipaje de nuestro sueño
nacimos a una tímida realidad.

Te presté mi hombro al sol
y por la noche entregué mi cuerpo a tu cuerpo.

Bastaron dos personas solas para parir un mundo,
y me bastó tu imagen para edificar un universo.

Bastaban la espera y el sonido del teléfono anunciando tu llamada,
bastó tu voz inmaculada, bastó la ternura de tus palabras,
bastó tu sueño ceniciento, bastó mi espiritu sediento.

Bastó la timidez de tu sonrisa,
bastó este poema, junto a tus caricias..

Bastó que existieras en mis segundos para amar el tiempo
que existieran las horas y el silencio,
para saber que así, respiramos juntos.