sábado, septiembre 30, 2006

Narciso



Narciso, u hermoso joven que todos los dias a contemplar su propia
belleza en un lago. Estaba tan fascinado consigo mismo que un día
se cayó dentro del lago y se murió ahogado.
En el lugar donde cayó nació una flor, a la que llamaron narciso.

Pero no era así como Oscar Wilde acababa la historia.

Él decía que, cuando Narciso murió, llegaron las Oréades – diosas del
bosque – y vieron el lago transformado, de un lago de agua dulce que era,
en un cántaro de lágrimas saladas.

- ¿Por qué lloras? – le preguntaron las Oréades.
- Lloro por Narciso – repuso el lago.
- ¡Ah, no nos asombra que llores por Narciso! – prosiguieron ellas-. Al fin
y al cabo, a pesar de que nosotras siempre corríamos tras él por el
bosque, tú eras el único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca
su belleza.
- ¿Pero Narciso era bello? – preguntó el lago.
- ¿Quién si no tú podría saberlo? – respondieron, sorprendidas, las
Oréades -. En definitiva, era en tus márgenes donde él se inclinaba para
contemplarse todos los días.

El lago permaneció en silencio unos instantes. Finalmente dijo:

- Yo lloro por Narciso, pero nunca me di cuenta de que Narciso fuera
bello.
Lloro por Narciso porque cada vez que él se inclinaba sobre mi orilla yo
podía ver, en el fondo de sus ojos, reflejada mi propia belleza.

Pdta: Tus ojos son el reflejo de mi alma.

jueves, septiembre 14, 2006

Que viene y va..



Que pena estar siempre pegado al suelo
el cielo queda demasiado lejos
tendré que soñar que puedo volar
No es nada facil cuando estas perdido buscar la musica entre tanto ruido
no puedo escuchar, no puedo escuchar...

Un dia la suerte entro por mi ventana
Vino una noche se fue una mañana
Quizas solamente me vino a enseñar
Que viene y va, como las olas con el mar se mueven.
Que viene y va, como la luna como el rayo verde.
Que viene y va, como una idea como el estribillo...
Que viene y va, como un recuerdo como un espejismo.
Que viene y va, igual que los problemas por la noche.
Que viene y va, como un famoso que nadie conoce, que todos pueden tener y nadie puede guardar.
Que viene y va...

De tanto hacerlo sin parar
me acostumbre a respirar y a derrochar el aire fresco.
Y pienso si te vas las veces que te tengo y cada vez que estas que te echaré de menos
y vuelvo a respirar, vuelvo a respirar.
Que viene y va...

viernes, septiembre 01, 2006

Había una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, pues habían salido todos de la misma vieja cuchara. Cada uno de ellos cargaba con su fusil, mirando al frente y vistiendo su uniforme azul y rojo. Las primeras palabras que oyeron en su nuevo mundo fueron las de un niño: «¡Soldados, soldados!»El pequeño estaba festejando su regalo de cumpleaños. Todos los soldados eran exactamente iguales, a excepción de uno que tenía sólo una pierna, ya que el plomo se había acabado antes de que hubieran terminado de darle forma. Pese a todo, el soldadito se mantenía de pie tan bien que el niño decidió conservarlo.Sobre la mesa había muchos otros juguetes, pero lo que más llamaba la atención era un encantador castillo de papel. Era todo muy lindo, y, sin duda, lo más hermoso era la niña que estaba a las puertas del castillo. Era también de papel, pero tenía un vestido de gasa muy fino y lentejuelas muy brillantes. La jovencita tenía ambos brazos extendidos, pues era una bailarina. Y su paso era tan bello, se alzaba tan alto en el aire, que el soldadito de plomo pensó que a ella también le faltaba una pierna. «Sería la esposa más indicada para mí –pensó–, pero vive en un palacio.» Y decidió ocultar su amor y pasar el resto de su vida mirando a la bailarina.Todas las noches, cuando la gente de la casa se retiraba a dormir, llegaba la hora en que los juguetes se ponían a jugar y divertirse visitándose unos a otros, librando batallas o dando bailes. Los soldados de plomo se aburrían en su caja, pero habían sido entrenados para tener disciplina y educación.Cierto día, la empleada vio que uno de los soldados estaba lisiado, y lo tiró por la ventana. Unos niños que pasaban vieron el inútil juguete y lo pusieron en un barco de papel, que se fue deslizando a lo largo de la cuneta hasta caer a la cloaca, que, a su vez, iba a desembocar en un río.Allí, un pez se comió al soldadito, pero éste seguía impávido, con su fusil al hombro.El pez fue pescado y luego lo vendieron a la misma casa donde, un día, el niño había recibido veinticinco soldaditos como regalo. La misma empleada que lo había tirado lo encontró en el estómago del pescado, y esta vez lo lanzó al fuego. Pero, antes de caer entre las llamas, el soldadito pudo ver, por última vez, a los mismos niños y, sobre la mesa, los mismos juguetes, y también el hermoso castillo con la linda bailarina a las puertas. Y vio, en los ojos de la bailarina, una lágrima de papel: ella también lo había echado de menos.Poco a poco, rodeado de llamas, el soldadito empezó a derretirse. Mientras sus ropas iban perdiendo los colores, él intentaba mantener su porte marcial, con los ojos fijos en aquella a quien había jurado amor eterno. Los dos se contemplaban, tristes por la separación, contentos por la oportunidad de verse una vez más.No se sabe cómo, pero una corriente de viento atravesó la sala y se llevó a la pequeña bailarina, que voló como un hada y acabó cayendo también en la hoguera. Dicen que Dios es generoso con los que aman, y por eso siempre les da la oportunidad de estar juntos.Al día siguiente, cuando la empleada barría las cenizas, encontró un corazoncito de plomo, que tenía en el centro una lentejuela que, como ella sabía, pertenecía a otro juguete que estaba sobre la mesa de los niños.