sábado, febrero 24, 2007

Como un cuento




En aquellos tiempos lejanos acontecieron muchas cosas. Sin embargo no se notaban porque iban sucediendo de a una, siempre por primera vez, y la memoria estaba recién estrenada. Después pasó lo que tenía que pasar. Seguro que hubo lágrimas. Seguro que hubo caracolas y estrellas. Y zapatos mojados y lápices sin punta. Y pasteles de azúcar y naranjas olorosas... Pero se perdieron las cuentas y quedaron unos pocos reflejos enteros. Ahora se llaman ayeres y asoman en una mirada distante que se empeña en seguir inaugurando mañanas. Y en volver a saludar al duende. ¿Habrá que inventar de nuevo la palabra mágica que ordene las hojas de los árboles y que dirija el canto de los pájaros? ¿O será que está próximo el tiempo de los horizontes tardíos? Allá, detrás de los jardines, permanecen los tiempos lejanos. Y allí está, porque no se han perdido, las aventuras iniciales, los instantes fugaces, que jugarán a esconderse entre las sombras para proteger sus cuerpecitos inocentes. Mientras tanto los otros, los que vuelven una y otra vez a la memoria porque creen ser los elegidos, se siguen gastando en los espacios de cada evocación. Y la historia va contándose a sí misma en esta imagen cambiante de seres renovados y sueños imprecisos que entretejen sus hilos en la sucesión de olvidos y recuerdos. Es como un cuento que empezó una vez en un antiguo reino y acabará cuando un beso de amor nos despierte para ser felices