En aquellos tiempos lejanos acontecieron muchas cosas. Sin embargo no se notaban porque iban sucediendo de a una, siempre por primera vez, y la memoria estaba recién estrenada. Después pasó lo que tenía que pasar. Seguro que hubo lágrimas. Seguro que hubo caracolas y estrellas. Y zapatos mojados y lápices sin punta. Y pasteles de azúcar y naranjas olorosas... Pero se perdieron las cuentas y quedaron unos pocos reflejos enteros. Ahora se llaman ayeres y asoman en una mirada distante que se empeña en seguir inaugurando mañanas. Y en volver a saludar al duende. ¿Habrá que inventar de nuevo la palabra mágica que ordene las hojas de los árboles y que dirija el canto de los pájaros? ¿O será que está próximo el tiempo de los horizontes tardíos? Allá, detrás de los jardines, permanecen los tiempos lejanos. Y allí está, porque no se han perdido, las aventuras iniciales, los instantes fugaces, que jugarán a esconderse entre las sombras para proteger sus cuerpecitos inocentes. Mientras tanto los otros, los que vuelven una y otra vez a la memoria porque creen ser los elegidos, se siguen gastando en los espacios de cada evocación. Y la historia va contándose a sí misma en esta imagen cambiante de seres renovados y sueños imprecisos que entretejen sus hilos en la sucesión de olvidos y recuerdos. Es como un cuento que empezó una vez en un antiguo reino y acabará cuando un beso de amor nos despierte para ser felices
una travesía en busca de una utopia, un sueño ,a ese Teseo que cada uno añoramos
sábado, febrero 24, 2007
Como un cuento
En aquellos tiempos lejanos acontecieron muchas cosas. Sin embargo no se notaban porque iban sucediendo de a una, siempre por primera vez, y la memoria estaba recién estrenada. Después pasó lo que tenía que pasar. Seguro que hubo lágrimas. Seguro que hubo caracolas y estrellas. Y zapatos mojados y lápices sin punta. Y pasteles de azúcar y naranjas olorosas... Pero se perdieron las cuentas y quedaron unos pocos reflejos enteros. Ahora se llaman ayeres y asoman en una mirada distante que se empeña en seguir inaugurando mañanas. Y en volver a saludar al duende. ¿Habrá que inventar de nuevo la palabra mágica que ordene las hojas de los árboles y que dirija el canto de los pájaros? ¿O será que está próximo el tiempo de los horizontes tardíos? Allá, detrás de los jardines, permanecen los tiempos lejanos. Y allí está, porque no se han perdido, las aventuras iniciales, los instantes fugaces, que jugarán a esconderse entre las sombras para proteger sus cuerpecitos inocentes. Mientras tanto los otros, los que vuelven una y otra vez a la memoria porque creen ser los elegidos, se siguen gastando en los espacios de cada evocación. Y la historia va contándose a sí misma en esta imagen cambiante de seres renovados y sueños imprecisos que entretejen sus hilos en la sucesión de olvidos y recuerdos. Es como un cuento que empezó una vez en un antiguo reino y acabará cuando un beso de amor nos despierte para ser felices
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